Muchas veces lo que, a priori, y desde la lógica, puede parecer la mejor salida individual, acaba siendo la peor solución para el colectivo donde se incluye a lo individual. Se trata de cooperar o competir, pero a menudo, el éxito no es sólo el resultado del esfuerzo individual, sino que está supeditado también a lo que hagan los demás. Llevado al terreno empresarial, no hay que considerar solo cómo van a reaccionar nuestros clientes ante una medida sino también cómo van a reaccionar las demás empresas presentes en la misma cadena de valor. Tradicionalmente tendemos a ver a nuestros compañeros del eslabón de la cadena de valor como competidores a eliminar a corto, lo que nos puede hacer perder la partida de la supervivencia propia.
Este sería un resumen del dilema del prisionero, uno de los problemas más conocidos en teoría de juegos, como otra forma de entender la competencia. En el dilema clásico dos individuos deben decidir si cooperan o compiten. Si deciden cooperar los dos ganarán menos que si deciden competir y el otro no compite, pero al no saber la decisión que tomará el otro, cada uno ha de tomar una decisión individual y esperar a ver qué hace el otro. El dilema del prisionero bien se puede extrapolar al terreno de los precios que ponen en el mercado los agentes del mismo eslabón de la cadena de valor como, por ejemplo, cooperativas del mismo pueblo que comercializan un producto con cierta representatividad en un mercado determinado.
En el sector agroalimentario las cooperativas de España son líderes mundiales en algunos productos como aceite, frutas y verduras o vino. Supongamos pues hay dos cooperativas de un producto dado que se dividen el mercado a partes iguales. En cierto momento, ambas deben decidir de manera independiente si ofertan un descuento del 25 por ciento o no a los mismos clientes. Si solo una de ellas lo hace, aumentará su control del mercado y, con ello, sus ganancias totales. Pero si las dos cooperativas rebajan sus precios un 25 por ciento, ninguna incrementará su volumen de ventas y ambas verán disminuidos sus beneficios y, por ende, los de sus socios.
A pesar de ello, desde el punto de vista de cada cooperativa, lo más conveniente es ofrecer siempre el descuento. Si una de ellas rebaja sus precios y la otra no, esta última se arriesgará a perder un gran número de clientes. Y si la primera no hace nada, la segunda podría lograr grandes beneficios con la oferta. Por tanto, al final ambas harán la rebaja, ninguna aumentará su cuota de mercado y las dos sufrirán pérdidas del 25 por ciento y sus socios clamarán al cielo que es lo que esta pasando. ¿Os suena la situación?
Nos podemos preguntar qué estrategia seguir si obligamos a las cooperativas a enfrentarse al mismo dilema repetidas veces; es decir, semana tras semana, campaña tras campaña. En otras palabras, ¿es posible que, en el dilema del prisionero múltiple, la decisión racional por parte de cada uno consista en competir en precios o en cooperar?
En los años setenta, el politólogo Robert Axelrod, de la Universidad de Michigan, estudió el dilema del prisionero en iteración. Para ello organizó un torneo con el objetivo de comparar diferentes estrategias para el dilema del prisionero repetido en el tiempo.
Sorprendentemente la estrategia ganadora fue ‘Tit for tat’ o ‘Toma y Daca’, que consiste en responder al adversario con la acción inmediatamente anterior recibida por este. Se coopera en la primera ronda; después, la estrategia dicta imitar lo que haya hecho la otra cooperativa en la ronda precedente. Sin embargo, si en algún momento esta opta por bajar los precios, la estrategia recomienda tomar represalias de inmediato. Por último, si más tarde la otra cooperativa retoma una actitud cooperadora, se le perdona y se vuelve a colaborar con ella.
En cualquier caso, el dilema de prisionero tiene otra solución más simple que es la de unirse al otro jugador sin más, no bajar los precios y dejarse de juegos, dado que con las cosas de comer no se ha de jugar. Si nosotros en origen jugamos, obligamos en parte a el siguiente eslabón de la cadena también juegue y, entre todos, construimos una monstruosa máquina trituradora de valor, aniquiladora del bien común de la cadena. Nuestro futuro, en el sector agroalimentario, no está para aguantar muchas más rondas del juego del prisionero cuando además tenemos una posición determinante en los mercados donde actuamos.